martes, 13 de abril de 2010

Baruch Spinoza Biografia


(Amsterdam, 1632-La Haya, 1677) Filósofo neerlandés, nacido en el seno de una familia de judíos españoles (su apellido originario era Espinosa) emigrada a los Países Bajos. Estudió teología y comercio en la escuela judía, donde aprendió hebreo y conoció el «Talmud». Después, en la escuela latina de Van den Enden descubrió la filosofía. Excomulgado por los rabinos (1656), se le prohibió dedicarse a los negocios, por lo que aprendió a pulimentar el vidrio, oficio que ejerció hasta su muerte. Estando en Rinjsburg dio a conocer su «Breve tratado acerca de Dios, el hombre y la felicidad», y, ya en la Haya, redactó (1661) el «Tratado sobre la reforma del entendimiento» y editó los «Principios de la filosofía de Descartes» (1663), seguidos de los «Pensamientos metafísicos». Anónimamente publicó luego el «Tratado teológico-político» (1670), muy crítico con los rabinos y calvinistas. En 1673 rechazó la cátedra de Heidelberg, que le ofreció el elector palatino, y dos años después intentó publicar su gran «Ética demostrada según método geométrico» (empezada en 1661), pero hubo de renunciar a ello. Dedicó los dos últimos años de su vida a un «Tratado político» que nunca acabó.

Cartesiano más por retórica que por pensamiento, su sistema filosófico parte de la identidad entre Dios y la naturaleza, con lo que se suprime la idea de finalidad y a la vez se afirma la trascendencia de la Providencia. Por lo primero, paradójicamente, el spinozismo puede ser mal entendido como un ateísmo naturalista; por lo segundo, es una de las más osadas racionalizaciones de la fe más radical (de manera que puede ser también visto como ateísmo, por más que Spinoza subraya la infinita diferencia que existe entre Dios y su creación). Finito, el entendimiento humano sólo percibe dos de los infinitos atributos de Dios: el pensamiento (del que el espíritu humano es un modo o una modificación) y la extensión (de la que lo es el cuerpo). Si en lo teológico Spinoza desvela la ilusión de la finalidad (someter a Dios a teleologías no es sino proyección antropomórfica), en lo antropológico desenmascara asimismo la ilusión de la libertad (creemos actuar libremente por desconocer las causas que producen nuestras acciones).

Importancia peculiar tiene, por lo demás, la teoría spinozista de las pasiones, que no es ajena a la doctrina política, en la que el autor considera a Maquiavelo el único político lúcido. Spinoza libera la política tanto de la teología como de la moral (por cuanto ambas desvalorizan lo real en nombre de un ideal trascendente); y equipara, por tanto, la ética a una ciencia de los afectos del alma, que define lo bueno y lo malo (como aquello que conviene y no conviene a la naturaleza humana). Rechaza el bien y el mal como absolutos, y afirma que la moral es refugio para la ignorancia y que la ley es un sustituto de la inteligencia. Pero como la esencia humana no es la razón, sino el deseo, el estado ha de regirse por la ley, basando su poder en suscitar pasiones tristes (temor, seguridad), corriendo el riesgo de caer en la tiranía (cuya religión es la muerte) y consiguiendo que los ciudadanos mueran y se maten por él, es decir, por defender su situación de esclavos (el ser humano parece preferir las pasiones tristes: esperanza, seguridad, miedo, a la libertad del conocer). En cambio, la democracia es el mejor régimen político, ya que fomenta el amor de la libertad y favorece el acceso al estado de razón (la salvación), siendo el único sistema garante de la libertad religiosa (cuya ausencia tanto hizo sufrir a Spinoza). Pero, más allá aún, sólo el individuo (en su privacidad) puede llegar al grado supremo de conocimiento y, así, de felicidad.

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